"Nite flights", The Walker Brothers, 1978, GTO

Para ser justos con John y Gary Walker, las "otras" canciones del último álbum de estudio de The Walker Brothers no son un completo desastre, ni tampoco están -sónicamente al menos- por completo alejadas de las cuatro obras maestras que abren el disco. Sin duda que lo están, y mucho, desde otros puntos de vista -su emotividad, su sensibilidad, su estética, su lírica, sus posibilidades, su futuro-, pero basta con escuchar el bajo distorsionado (a cargo de Mo Foster) y los teclados atmosféricos y sutiles (a cargo de Scott) de "Death of romance", o el final extraño (con sus teclados amenazantes una vez más tocados por Scott) de "Den Haague" para sentir que algo de esas cuatro piezas iniciales logró rezumar lo suficiente como para impregnar el resto de la música del álbum.
A la vez, canciones como "Disciples of death" (un gran título, además) y "Rhythms of vision" logran beneficiarse no sólo de su ejecución competente sino también de pequeños detalles de interés, casi siempre en cuanto a timbres y texturas, como el solo de órgano en la última y el sonido del bajo (Mo Foster una vez más) y las frases angulares de sintetizador en la primera. En ese sentido, es "Child of flames", el cierre del disco, la menos interesante de las piezas, aunque alcanza momentos de intensidad o incluso urgencia, cuidadosamente matizada por las palmas y el curioso final disco.
Dicho esto, no cabe duda que si "Nite flights" tiene un lugar en la historia del rock lo puede reclamar por las cuatro piezas del comienzo, compuestas y cantadas por Scott Walker. Quizá pudieron haber encontrado su camino bajo la forma de un EP y así ofrecerse con ciertos contornos de coherencia más rigurosa, pero dispuestos como están logran que todo lo que los rodea parezca una fruslería (aunque haya motivos para pensar, como arrancó este comentario, que no lo sea desde algún punto de vista). Así, el par "Nite flight" y "The electrician" pertenecen a lo mejor del pop/rock, y señalan (en particular el último) ese lugar en que el pop deja de serlo en virtud de pura extrañeza; en este sentido, "Nite flights" se mantiene del lado de acá de esa frontera en virtud de su elegancia y sofistación, tan grandes ambas que no pierden la pulseada contra la inquietud impuesta por la nota que mantienen los teclados durante las estrofas y que se vuelve fácilmente el costado amenazador de la canción, apenas aliviado por los cambios de acorde en el estribillo.
El desarrollo por parte de Scott del sonido y la estética de estas canciones es un ejemplo perfecto de circulación de las influencias: David Bowie había reconocido para ese entonces su admiración por Walker y la gravitación de las composiciones y la performance vocal de éste en su propio proceso como cantante y compositor; para 1977, entonces, buena parte de esas influencias habían quedado concentradas en las canciones del lado A de "Low" ("Breaking glass" en particular) y, también, en sus indicaciones, producción y co-composición para el disco "The idiot", de Iggy Pop, pero el primero de los tres trabajos de Bowie junto a Eno haría algo más que reconocer y poner a trabajar el influjo de la manera de cantar de Scott: también fusionaría el pop con una sensibilidad ambient y avant garde y lo empujaría hacia paisajes sonoros sin precedentes, que debieron, sin duda, impresionar al propio Walker. Se cuenta que Bowie envío de regalo una copia de "Low" a su ídolo y que éste se deslumbró tanto con "Warszawa" que terminó por concebir las atmósferas gélidas y amenazantes de las cuatro canciones que aportaría a "Nite flights". Porque esta suerte de devolución o circulación implica, en cierto modo, la misma receta, sólo que Walker añade al fondo instrumental al estilo del lado B de "Low" la marca de su estilo vocal, cruce que se extendería a través de todos sus discos de ahí en más y que coagularía (y se recrudecería) en la trilogía de "Tilt" (1995), The drift" (2006) y "Bish Bosch" (2012).
Sin duda el punto alto dentro del punto alto del álbum es "The electrician", ameanzante y terrorífica, tanto desde su letra (con posibles alusiones a la tortura o a la ejecución en la silla eléctrica, o ambas cosas) como desde el clima ominoso del primer tercio, el segmento sobrecogedor en el centro y la vuelta a la oscuridad al final (una receta que le serviría a Bowie para producir su propia obra maestra terminal en "Blackstar"), pero la desolación agresiva de "Shutout" (con su solo extraordinariamente fuera de contexto) y la grotesquería de "Fat mama kick", con su sonido de sombras demoníacas sobre el humo que sube desde lo más hondo de una caverna, aportan lo suyo a la hora de instalar al álbum en territorios sonoros que jamás habían sido explorados con anterioridad y por los que todavía hoy son pocos los que se atreven a andar.

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