"Islands", King Crimson, 1971, Island/Atlantic


Acaso esa manera de leer y construir la historia del rock que distingue con gran énfasis entre "rock sinfónico" y "rock progresivo" tiene en el contraste entre la serie de tres discos de 1973-74 de King Crimson y sus cuatro predecesores una suerte de ejemplo relativamente claro; así, en el momento en que el rock intenta adoptar pautas más complejas y tiene en la música sinfónica decimonónica un modelo lo que obtenemos es "rock sinfónico", y si se busca alcanzar esa complejidad a través de referentes más recientes, en cambio, (desde el impresionismo musical a la Debussy o Ravel hasta el minimalismo, la música concreta y la primera electrónica de vanguardia) lo que se obtiene es el "progresivo" a secas. Esto se complica en momentos posteriores, cuando el post-punk (en última instancia una música "progresiva", en tanto seguía la noción moderna de un progreso en la música y el arte, con su atención a las vanguardias históricas, y negaba la noción retro y purista del menos interesante punk a secas, que miraba al rock'n'roll de la década de 1950 como una suerte de paraíso perdido) reformatea la escena y, todavía más, cuando el "viejo prog" es de alguna manera "revivido" en las escenas del metal progresivo o la fascinante hibridación de pop psicodélico y rock progresivo que exploró diversamente Porcupine Tree (y después Steven Wilson como solista), pero en última instancia, si no para otra cosa, sirve para abrirse camino por la compleja discografía de King Crimson, que es lo que me importa acá.
Quizá el momento álgido de ese progresismo sinfónico (vamos a llamarlo así) está, para la banda liderada por Robert Fripp, en el par "At the wake of Poseidon"/"Lizard", ambos de 1970 y ambos -como lo será también "Islands"- producidos desde una indeterminación de integrantes de la banda. Así, en el primero permanecen Fripp y el letrista/productor Peter Sinfield, pero Greg Lake y Michael Giles (vocalista y percusionista respectivamente) aparecen por última vez y a modo de músicos invitados, mientras que Mel Collins (saxofones) y Gordon Haskell (voces) entran a modo de sesionistas, pese a que ingresaran cabalmente a la banda para el álbum que sigue (junto a Andy McCulloch en batería y a otros tantos músicos invitados, entre ellos Jon Anderson y Tony Levin). A su vez, para el álbum de 1971, serán apenas Fripp, Sinfield y Collins los que persisten, con el añadido de Ian Wallace (percusión) y Boz Burrell (bajo y voces). Recién para la serie "Lark's tongues in aspic"/"Starless and bible black"/"Red" habrá algo así como una banda persistente (por no más de dos años, de todas formas), de modo que los cuatro primeros álbumes de King Crimson parecen desafíar el concepto de "banda" para referirse a la autoría.
En cualquier caso, está claro que si bien "At the wake of Poseidon" repetía ciertas pautas del primer álbum (en particular los contrastes de caos instrumental aparente con secciones plácidas o incluso bucólicas), también es cierto que con piezas como "The devil's triangle" se apostaba quizá más marcadamente por las composiciones armadas con varias secciones diferenciables, algo que encontrará su máxima expresión en la cara B del álbum siguiente, ocupada toda ella por la composición "Lizard", de 23 minutos y cuatro apartes -con la tercera a su vez dividida en tres. El notorio intento de lograr una voluptuosidad musical o una musicalidad ante todo virtuosa como fin en sí mismo y valor central de la propuesta es lo que vuelve más consabidamente "progresivo" (o "sinfónico", como se prefiera) al disco; en contraste, "Islands" prescindirá de las pizas con secciones bien diferenciadas e incluso ofrecerá como pistas diferenciadas a "Islands" y su preludio instrumental("Song of the gulls"). Es, en cualquier caso, en estas dos piezas (o una) que el digamos "sinfonismo" de los discos anteriores encuentra su lugar; "Song of the gulls", con su delicadeza, de todas formas, parece ubicarse a cierta distancia prudencial de la sobrecarga estridente de buena parte del rock "sinfónico", al menos en su vertiente más dura (la de ELP, por ejemplo), y al momento en que arranca "Islands" con la voz nostálgica de Burrell sentimos que estamos ante una pieza que no intentará maravillarnos con su despliegue de virtuosismo y si con una musicalidad más sensible o sobrecogida, con elementos jazzeros (el solo de corneta de Mark Charig hacia 2:32, por ejemplo, parece evocar la edad de oro del music-hall más o menos del mismo modo retrovanguardista ensayado por The Beatles en "When I'm sixty-four", del mismo modo que el último tercio, con sus cuerdas edulcoradas y su batería mínima, y es interesante escuchar el mix con oboe prominente que viene en la remezcla de Steven Wilson).
Quizá lo mejor del álbum está, sin embargo, en sus tres canciones: al comienzo del lado B, por ejemplo, "Ladies of the road" parece prefigurar algunos climas de "Easy money" y las piezas de estudio de "Starless and bible black". También vale la pena detenerse en "The letters", la más similar a los dos álbumes anteriores en términos de textura y dinámicas, y en la bellísima "Formentera lady", que inaugura magníficamente al disco y se continua en el buenísimo y largo (7:34) instrumental "Sailor's tale", que también recuerdan la estética de "At the wake of Poseidon".

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