"Reality", David Bowie, 2003, ISO/Columbia


Ahora mentiría si dijera que en 2003 no hubo un ligero toque de desilusión después de escuchar bastantes veces el entonces último álbum de David Bowie, el 23o y antepenúltimo entre los suyos. Después, cuando salió el DVD y el álbum en vivo de la gira A reality tour algunas cosas quedaron un poco más claras: "Reality" sonaba como sonaba la gira, o mejor, la gira sonó como sonaba "Reality", pero si en esta última estaba ante todo el peso de tantas versiones excelentes, puestas a punto maravillosamente bien y de paso releyendo la discografía completa, "Reality" quedó más bien como la matriz o el esquema de lo que después encontraría su punto alto en la retrospectiva. Aunque, a la vez, ese Bowie que hacía sonar las mejores versiones en décadas de sus canciones también parecía un Bowie resignado o confiado o relajado (nada de esto implica un juicio negativo) a su posición de entertainer, de buen cantante, de artista maduro seguro de su artesanado, y de alguna manera eso era también parte de la matriz de "Reality", que termina -y más ahora que podemos comparar con el que sería su último álbum- pareciendo algo leve, una suerte de "Hours..." más complejo, más detallado y más clásicamente "bueno", pero no más riesgoso ni radical ni nada de eso que en los setentas hizo a Bowie Bowie y que hizo que en los 80s se extrañase a Bowie y que en los 90s entrecerráramos los ojos para ver si Bowie era en efecto Bowie.
Parte del efecto desilusión de "Reality" acaso tenga que ver con el hecho de que todo eso que le faltaba de alguna manera estaba sí presente en "Heathen": quedó pronto claro que "Reality" era un disco de rock/pop fresco y ágil, y que sonaba como sonaría su banda en vivo, pero a la hora de pensar en Bowie quizá valoramos más otras cosas, menos rockeritas, y ahí "Heathen" brilla por el ambiente asombroso de la primera y la última de sus composiciones. En "Reality" nada se acerca a esa tensión, salvo su mejor momento, que cierra el disco.
¿Y si todo "Reality" hubiese sido como "Bring me the disco king"? Sin duda ahí habríamos estado más cerca de "Blackstar" o, al menos, más cerca de "The next day" (disco este último que en no pocos lugares suena como una versión con carne y sangre de "Reality", aunque en otros lados suene a tantas otras cosas -y por eso es un disco notoriamente mejor que el que lo precedió); en cualquier caso, el cierre es memorable, casi como si Bowie estuviese diciendo allí que no podía dejar de lado esa oscuridad, esa cosa retorcida. "Killing time in the seventies".
"New killing star" parece una versión aprobable de los hits de 1987, "Pablo Picasso" es un cover excepcional (en el sentido en que las versiones de la gira serían excepcionales), "The loneliest guy" parece casi dar en el blanco, "Reality" está entre lo más definido del disco (y su letra es memorable) y "Never get old" y "Days" son deliciosas e inagotables en su ternura, en particular esta última, que rejunta y espesa toda la calidez que podía permitirse ese álbum, pero entre "Looking for water" y el cover de Harrison (¿por qué, oh, por qué?) nada es realmente memorable. Claro que no es malo -"Reality" no es "Never let me down" ni por asomo, y quizá sea mejor, aunque no más interesante, que "Earthling" o "Black tie white noise"-, pero ese centro o casi centro del álbum no llega a brillar: no como su final ("Reality" y "Bring me the disco king") ni como sus primeras tres o cuatro canciones.

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