"So, black is myself", Keiji Haino, 1997, Alien8 Recordings


En una primera instancia no es dificil hablar del disco de 1997 de Keiji Haino; a la manera de "What??", de Folke Rabe, su eje es la superposición de dos tonos ligeramente desafinados uno en relación al otro (digamos 440hz y 442hz, por decir algo) e ir después variando sus frecuencias para jugar con los efectos de esa percibida desafinación. Cualquiera que haya afinado una guitarra sabe de qué estoy hablando: esa ondulación, ese burbujeo, esa textura generada por los sonidos. Pero hay más: a eso que cabría llamar el "eje" de la composición, Haino suma otros tonos, generalmente en octavas y a veces, las menos, en quintas, y también juega con la afinación, para abrir la textura y su consecuente imagen o paisaje sonoro; después, a su vez, le agrega percusión e irrupciones de otras fuentes de sonido (la principal es un simple generador de tono), notablemente, pasada la mitad de la pieza, su propia voz. 
Y ahí está la clave para pasar a otro nivel, más interesante, de la descripción.
Para empezar, está claro que el juego microtonal escapa de cualquier contexto musical; no importa la nota elegida o las notas en juego, sino apenas una mínima relación de frecuencias, que es en su resultado tan azarosa como ilegible en términos de expresión. No hay nada qué decir con eso, salvo las texturas sonoras generadas, que van notoriamente más allá del lenguaje. Después Haino suma su voz, y lo hace para, precisamente, no decir nada, ya que apenas hay vocalización de sílabas abiertas. Y todavía más: las voces están trabajadas desde una suerte de anti-expresión, que no se resuelve ni en lamento ni en grito ni en una emoción claramente rastreable, mucho menos al considerar qué relación se sostiene entre la parte "humana", digamos, y la parte de las notas subyacentes (Haino también afina y desafina su voz sobre el fondo tonal).
Entonces, si la literatura y el arte en general propone un centro de lo humano, si lo humano es una invención de la literatura y las artes entendidas así como un aparato ideológico a un nivel macro, lo de Haino termina por ser el gesto más antihumanista imaginable: primero porque nada de "So, black is myself" parece hablar desde el lugar posible de lo humano y segundo porque tampoco hay una oposición, una violencia ejercida hacia lo humano (como en el black metal más de la vieja escuela en oposición al que Eugene Thacker propone como más cercano a una inspiración pagana); hay, a lo sumo, una indiferencia lovecraftiana. Nada significa nada -porque no hay palabras- y nada dice lo humano, porque no hay signos de una emoción. Ese vaciamiento de la música en su primera faceta, la de materializar y despertar emociones, es lo que termina por configurar esa distancia inmensa entre lo que queremos sentir o percibir como lo humano y lo que suena en "So, black is myself".

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